Todos los días se iba a la playa a darse un baño tal como su madre lo
trajo al mundo, y disfrutaba enormemente de las inmersiones que realizaba entre
la blanca espuma de las olas, pareciendo que tenía alas, pues volaba de ola en
ola como una gaviota.
Una mañana vio a otro bañista con el correspondiente bañador último
modelo, llamándole poderosamente la atención por la elegancia del tejido, los sugerentes
colores, la perfección de las costuras, y visto y no visto, lo que apuntaba a
impoluta e inmaculada belleza se desvaneció al cabo de un rato, pues según
paseaba con el impecable modelo por la orilla del mar, al parecer se notaría cansado
y se sentó en la arena a descansar o contemplar el inmenso horizonte, pero con
tan mala fortuna que lo hizo encima de un negro montículo de alquitrán, y al no
percatarse del sorprendente obsequio, volvió a sumergirse tranquilamente en las
bravías aguas marinas.
Al salir del agua, el paquete seguía intacto en su sitio, y el otro, que
se bañaba desnudo, se dio cuenta del percance, y un tanto impaciente y encorajinado
gritó, vergüenza me da el verte de esa facha, con el voluminoso pegote de
alquitrán pegado en el culo, advirtiendo a continuación de que más le valdría haber
empleado un atuendo sencillo y ecológico como el suyo, y se sentiría a la
postre orgulloso y feliz, resplandeciéndole las partes como los chorros del
oro.
José Guerrero Ruiz
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