Limpió el vitral del ventanal con la parsimonia que producen los calores del verano. Los alisios dejaron restos de arena de las calimas y de salitre del marismo.
La señora siempre quería ver el mar y las dunas, tras los cristales del gran vitral, burbuja climatizada a 21 grados, mientras sorbía lentamente un café frappé amargo con abundante hielo.
Se aplicó con ganas en el vitral, parecía inexistente, cerró con cuidado las grandes hojas que lo formaban. Fue a guardar los trapos de hilo de algodón, eran los apropiados, no dejaban pelusas ni forman iridiscencias en el cristal. Debía ir a la cocina a preparar el café, la señora debería estar a punto de levantarse de la siesta. Un golpe seco sonó de pronto. Una cotorra de blancas plumas no percibió la dureza que franqueaba aquel espacio, verdadero vergel entre sombras y luz indirecta. En el suelo de baldosas de barro cocido revoloteaba conmocionada la cotorra. Lucrecia abrió las dos grandes hojas del vitral, tomó la cotorra entre sus brazos, la abrazó con mimo hasta que notó que voló a ese mundo, donde sólo van las aves, que se quedaron sin su cielo.
Ildefonso Gómez Sánchez
24/10/2012
Escrito a vuela pluma
Me ha encantado,!Es tan tierno! te felicito
ResponderEliminarMuuchas gracias.Amigo o amiga.
EliminarMe ha encantado. Con esas pocas palabras me has hecho llegar muchisima ternura !y con tanta belleza! Te felicito
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias, Marta. Eres muy amable.
Eliminar