Ella se
llama Charo y tiene ojos de gata naranja con motitas amarillas, cuya visión
nocturna le ha hecho ser una chica de la noche, pero no se equivoquen, ella no
es una más de esas desgraciadas mujeres que están aparcadas en las sucias aceras o en las cunetas de las
carreteras exhibiendo sus cuerpos semidesnudos y fumando cigarrillos para calentar sus
gargantas.
Charo
de treinta y cinco años, morena y de carnes prietas, pasea recorriendo la ciudad cuando todos
plácidamente duermen, es amiga de los pedigüeños, los borrachines y los
vagabundos del parque, a los que lleva comida y algún cartón de vino que
comparte con ellos mientras charlan de sus solitarias y míseras vidas.
Últimamente
ha descubierto que se está enamorando de una chica en extremo delgada y rubia,
que si no fuese por la suciedad que lleva encima en sus ajados ropajes y en su
piel reseca, sería muy pero que muy atractiva, de hecho, algunas noches de
charla en el parque en algún banco solitario o bajo el abrigo de algún árbol
frondoso, Cristina, que así se llama la vagabunda, le confesó a Charo que había
sido modelo para algunas revistas e incluso había hecho algún anuncio
publicitario para la televisión local de Madrid, pero que un buen día, así de
sopetón, sintió que ya nada le llenaba y lo dejó todo, trabajo, familia, amigos
y ciudad, y se dedicó a ir de ciudad en
ciudad con los pocos ahorros que tenía, hasta que se le acabaron y terminó
pidiendo en las calles y en las puertas de las iglesias, hasta que llegó a Málaga
hacía un año.
No
sabe Charo con certeza si eso que le relató Cristina es verdad o no, pero cómo
se ha enamorado de ella, quiere creer que es así, y que su chica es una joven
desvalida que necesita que ella la cuide, la mime y la lleve a su casa para bañarla
y darle un techo donde resguardarse del frío que se avecina, pues es finales de
Septiembre.
Cristina
hasta ahora se ha negado rotundamente cada vez que Charo le ha hablado del
tema, hasta ha llegado a enfadarse, amenazándola con que cualquier noche no la
encuentra ya en su cama de cartones y periódicos.
Charo
mira con sus ojos de gata hipnótica a Cristina que está sentada a su lado en un
banco del parque. Tiene unas ganas tremendas de demostrarle todo el amor que
siente por ella, desea besar esos labios rojos, abrazarla y sentir el contacto
y el calor de su cuerpo.
―No me claves tus ojos de gata― le dice Cristina.
―Es que no puede evitarlo.
―Te repito que no lo hagas más, cómo tampoco
vuelvas a traerme más ropa limpia ni champú. No comprendes que para pedir no
puedo ir limpia ni bien vestida, ¿quién me iba a dar algo de esa manera?
Charo vuelve a clavar su mirada de gata en
Cristina y ésta vuelve la cara disgustada.
―¿Cuándo me vas a hacer caso, Cristina? Tengo
tantas ganas de cuidarte, de hacerte feliz.
―¿Quién te dice que yo no sea feliz ahora? En la
calle me siento libre, no tengo ataduras ni de tiempo, voy al día, como de lo
que encuentro o me dan.
―Pero pronto llegará el invierno y las noches se
harán muy frías ― le dice y se acerca aún más a ella e intenta cogerle una
mano.
Cristina en un gesto brusco se aparta de Charo y
se levanta del banco con gesto de querer marcharse.
―No te vayas― le suplica Charo.
―¡Déjame en paz!
En cuanto Cristina comienza caminar, Charo se
levanta y en su desesperación la agarra
por su largo cabello para detenerla.
―¡Suéltame!
Charo la libera y tremendamente abatida le
confiesa lo que siente por ella.
―¡Qué no ves que te estoy enamorada de ti!
―Y ¿Así me lo demuestras, tirándome de los pelos?
Charo se arrodilla ante los pies de la joven.
―¿Qué quieres que haga? ¡Dímelo, Cristina! ―dice
llorando.
―Por lo pronto levántate, qué estás dando el espectáculo a esos borrachines
―dice señalando a un grupo de mendigos que están presenciando la escena desde
otro banco.
Charo y Cristina,
están nuevamente sentadas en el mismo banco de antes.
―Tía, es la declaración de amor más rara que me
han hecho nunca.
Charo sonriendo vuelve a clavarle su mirada de
gata enamorada y esta vez, Cristina no la rechaza.
Lucía Muñoz Arrabal
24/10/2012
Escrito a vuela pluma
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