“En Nerja casi nunca llueve”
―En Nerja casi nunca llueve― dijo Engracia a su esposo Hermenegildo mirando ambos con pena a sus tierras de secano, baldías, llenas tan sólo de rastrojos secos.
―¿Te acuerdas Engracia de las margaritas como soles que recogías aquí mismo cuando éramos novios?
―Sí― dijo ella suspirando y buscó en el archivo de su gastada memoria para recordar la imagen de ella, joven y lozana, fresca y tersa, vigorosa y frágil, inocente y tierna, enamorada de ese hombre que ahora mismo la estaba mirando con gafas oscuras para protegerse del sol tras la última operación de cataratas, con una gran papada, barriga oronda y piernas arqueadas, “un viejo”, se dijo, “¡Y yo!, ¿cómo me verá él?, ¡vieja, no te fastidia! Vieja y lacia, vieja y quejosa, vieja y gastada, llena de varices y de achaques…”, a su mente de pronto llegó una linda margarita amarilla y dos manos, las de ella, tersas y lisas, finas y sonrosadas, de dedos largos con uñas pintadas de rojo… Estaba desojando la flor con la ilusión de una novia, con la esperanza de una enamorada a punto de casarse… “Me quiere, no me quiere..”
―¡Vamos, Engracia que te quedas dormida en los laureles!
Engracia salió de su ensoñación y miró a sus tierras.
―¡Qué lástima, tanta tierra y que ya no valga para nada… Ni si quiera nuestros hijos quieren hacer algo por ella…! ― y suspirando dio varios pasos entre terrones resecos.
―¿Todavía rezas, Engracia?
―Sí. Aún no tengo Alzheimer.
―Pues entonces reza a todos tus santos para que llueva.
―Eso, y así veremos nacer margaritas en primavera.
―¡A tus años, Engracia, y aún sigues con sueños románticos!
Lucía Muñoz Arrabal
11/01/12
Tema: En Nerja casi nunca llueve
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